MUJERES,
INDIGENAS, MULAT*S, CAMPESIN*S, OBRER*S, ESTUDIANTES, ARTESAN*S, PROTAGONISTAS
DE LA INSURRECION DE ENERO DE 1932 EN EL SALVADOR
La
versión oficial sobre los acontecimientos de 1932, marcados por una
insurrección ante la grave situación de hambre, desempleo en las zonas de corte
de café y de explotación y expropiación de la tierra a fines de 1880, previa a estos hechos; fue que un grupo de comunistas
insurrectos manipularon a masas ignorantes en contra del régimen dirigido por
el presidente golpista Maximiliano Hernández Martínez.
Los
hechos precisados por historiadores acuciosos nos demuestran que en los
acontecimientos previos a 1932 y al momento de la insurrección participaron una
multiplicidad de actores sociales en un movimiento social sin precedentes
desarrollado por el Socorro Rojo Internacional, la Federación Regional de
Trabajadores, la Unión de Obrera Salvadoreña, la Asociación General de
Estudiantes Universitarios –AGEUS-, los pequeños artesanos e industriales entre
otros, influenciados por el Partido Comunista. Así lo expresa Paul Almeida en
su libro Olas de Movilización popular 1925-2010. Entonces se movilizaron indígenas,
campesinos y campesinas, jornaleros y jornaleras, obreros y artesanos, así como
mulatos y mulatas trabajadores en las fincas de café, que se habían organizado
por razones económicas frente a la explotación y posterior desempleo, a raíz de
la crisis de 1929 en los Estados Unidos. Crisis que repercutió en la
exportación de café en El Salvador.
Como pioneras de este movimiento
social se encuentran las mujeres, con “La marcha pacífica de seis mil mujeres, quienes
en 1922, desfilaron vestidas de negro en signo de luto por la muerte de la
democracia y en apoyo al candidato presidencial Miguel Tomás Molina, siendo
presidente Jorge Meléndez. Al ser ametralladas, cientos de ellas se lanzaron enfurecidas
sobre el regimiento de infantería”, nos expresa María Candelaria Navas,
académica Universitaria.
Jeffrey
L. Gould, en su investigación “1932, rebelión en la oscuridad”, nos ilumina
sobre la diversidad de actores que se involucraron en estos hechos. Así, en la
toma de Nahuizalco “llegaron de Turín y Atiquizaya, distinguibles como
“mulatos” (en ambos casos como ladinos y como gente con características
fenotípicamente mulatas”.
Otros
actores invisibilizados fueron los indígenas.
Gould apunta que: “Los indígenas del barrio de Asunción de Izalco y los
campesinos de identidades más fluidas participaron en el ataque fallido al
cuartel de Sonsonate” y que “un gran número de campesinos indígenas de los
cantones de Nahuizalco y campesinos indígenas de los cantones de Juayúa. Se
unieron a las fuerzas que ocuparon sus pueblos”. Feliciano Ama, líder indígena de Izalco, fue uno de los dirigentes de la insurrección.
La
represión desatada posteriormente al 22 de Enero de 1932, fue tal que casi desaparece
el nahuat, uno de los idiomas indígenas, y muchas personas indígenas dejaron de
usar su vestimenta, cambiaron sus nombres y apellidos y se asumieron como
población ladina o mestiza.
Indígenas,
y pobladores, el campesinado organizado a fines de los años 20, realizaban sus
reuniones donde se promovía el mensaje de la igualdad social. “Las reuniones abiertas en los pueblos y en
la ciudades exhibían un ambiente aún más festivo que a menudo encubría y quizá
realzaba su propósito serio”, apunta Gould. “típicamente asistían de 60 a 100
hombres y mujeres” puntualiza. Estaban también las “Cofradías” que encubrían
los propósitos políticos de la organización.
Anteriormente a 1932, las
mujeres participaban en las huelgas y paros de las fincas de café. Más de 400
mujeres participaron en la huelga por 8 horas de trabajo en la región
occidental del país. En los años 20’s. Algunas de estas mujeres liderararon la
insurrección en esa zona, y fueron llamadas “comandantes rojas”.
Desafortunadamente, como han señalado algunas personas, los nombres de las
mujeres involucradas en estos acontecimientos, no son conocidos hasta ahora.
La
variedad de actores sociales en estos hechos se contrapone a la manipulación de
los mismos hecho de parte del Martinato,
que le permitió aunar en un espíritu
racista, anticomunista y clasista al gobierno dictatorial, la clase media y a
la intelectualidad salvadoreña. Según lo expone Rafael Lara Martínez en sus
ensayos. La historia se ha encargado de demostrar la multiplicidad de
intereses, clases, etnias, géneros y propuestas que existen en nuestro pequeño
y luchador país .Y en esas luchas es necesario visibilizar a las mujeres con
sus nombres como protagonistas frente a un pensamiento único basado en la
misoginia, el racismo y el clasismo.