El
Patriarcado existe, antes aún que la sociedad de clases. El Patriarcado fue
traído desde España y Europa por los conquistadores de América Latina, y posiblemente se manifestaba también en la cultura pre-colombina. Fray Bernardino de Shagún en sus crónicas sobre la conquista de México, expresó que dos cosas le asombraban de las mujeres indígenas:
que si un hombre las maltrataba, lo echaban de la casa y conseguían otro, y que practicaban abortos.
Como concepto: el
patriarcado es un imaginario “entendido como correlato representativo del
sistema de prácticas que sustentan sus pactos”(de los hombres) y que puede ser resumido en los siguientes
“axiomas”
“1-
Es “natural”, que se establezca una jerarquía entre varones y mujeres en la
cual las mujeres aparecen como subordinadas.
2-
Para mantener esa jerarquía, los varones deberán relacionarse entre si de
determinada manera en orden a que la masculinidad se instituye como un sistema
de prestigio.
3-
Las mujeres funcionan como el objeto transaccional de los pactos que traman los
varones de ese modo y que revisten modalidades muy diferentes.
4-
Los varones, como lo designa Simone de Beauvoir en “El Segundo Sexo”,
heterodesignan a “la Mujer” como “la Otra”…
5-
En función del carácter “natural” de la jerarquía así establecida, el poder
político que se adjudican los varones va con el poder patriarcal o facultad de
acceso y de control sobre las mujeres…”
A
esto han llamado algunas autoras feministas “el contrato social patriarcal”.
6-
Se heterodesigna (desde afuera) de manera universal a “la mujer”, a diferencia
de “las mujeres”, que son diversas. La mujer como modo genérico de designación
expresa “la idea de los varones acerca de cómo las mujeres deben ser, de qué
modo ellas deberán encarnar lo que a ellos se les antoja como “femenino”. Es es
una “feminidad normativa”, un estereotipo.
Aplicando
estos axiomas a la realidad de las mujeres posterior a la conquista podemos
hacer la siguiente lectura:
Antes
de la conquista, “las mujeres americanas tenían sus propias organizaciones, sus
esferas de actividad reconocidas socialmente y, si bien no eran iguales a los
hombres, se las consideraba complementarias a ellos en cuanto a su contribución
a la familia y la sociedad. Además de ser agricultoras, amas de casa y
tejedoras y productoras de las coloridas prendas que eran utilizadas tanto en
la vida cotidiana como durante las ceremonias, también eran alfareras,
herboristas, curanderas y sacerdotisas al servicio de los dioses locales. En el
sur de México, en la región de Oaxaca, estaban vinculadas a la producción de
pulque-maguey”[2]
En
la colonia, el hombre era el patriarca colonial, el dueño de la mujer,
generalmente indígena, o española, de sus hijos bastardos, y del resto de
indígenas de la encomienda o repartimentos y posteriormente en muchos lugares
de Abya Yala, de mujeres y hombres esclavizados traídos desde Africa.
Las
mujeres indígenas o no fueron utilizadas en las alianzas con otras familias
españolas para acrecentar la fortuna y asegurar el linaje. Los hombres de las
élites establecieron un pacto entre sí, mediante las mujeres.
Con
la independencia de las provincias de América Latina del dominio de España que
posteriormente se convirtieron en naciones, la suerte de los pueblos indígenas
y afrodescendientes y de los mestizos pobres, no cambió para mejorar. En El
Salvador, en 1833, el Indígena Anastacio Aquino se levanta en armas contra el
gobierno nacional surgido de la independencia en 1821. Las demandas del Nonualco
eran alrededor de la devolución de las tierras comunitarias, contenidas en el Decreto
de Tepetitán el 16 de febrero, este también regulaba con duras penas el homicidio, robo y
vagancia, entre otros; además, tenía un apartado para la protección de las
mujeres casadas o recogidas, una muestra de la sensibilidad del líder indígena.
Las
mujeres, en el liberalismo que gobernó la nación a partir dela independencia,
tuvieron acceso a algunos privilegios antes considerados solo para los hombres,
como fue la educación. Sin embargo esta era concebida para que la mujer pudiera
“orientar y formar” a los nuevos ciudadanos y cristianos. El liberalismo si
bien introdujo cambios en la institucionalidad del país, no se preocupó por la
población indígena, pobre o afrodescendiente. De acuerdo a un sistema de
jerarquía, se asignó a las mujeres el papel de formadoras y cuidadoras de la
familia, mientras el hombre accedía al mundo público. Asi se van configurando
dos géneros con características diferenciadas de acuerdo al imaginario
masculino: la mujer para la casa, el mundo de los afectos, el cuidado de las y
los hijos, la ternura, la sumisión y la sexualidad pasiva. El hombre al mundo
de lo público, la razón, la conquista, la agresividad, la sexualidad activa y
hasta violenta. Se establece una división sexual del trabajo: el hombre a lo
público, la mujer a lo privado. La relaciones entre estos géneros: masculino y
femenino están marcados por la asimetría y la desigualdad, estamos ante
relaciones desiguales entre los géneros. La lucha por cambiar las relaciones
desiguales entre los géneros ha sido una bandera central del feminismo[3]
latinoamericano.
Este
imaginario sobre los géneros y sus papeles ha sobrevivido hasta nuestros días,
mismo que ha sido puesto en cuestión por las luchas feministas y de los
movimientos de mujeres.
El Buen vivir en la lucha de las mujeres indígenas.
De
acuerdo a los planteamientos formulados desde distintos movimientos indígenas
del continente: Buen vivir significa[4]:
• Espacio
comunitario, en donde existe reciprocidad, convivencia con la naturaleza,
responsabilidad social, es decir “Buen vivir”.
• Nuevo
modelo de vida con pretensión de alternativa frente a la concepción occidental,
que va más allá de los indígenas y vale para todo el planeta.
• Convivencia
comunitaria, igualdad social, equidad, reciprocidad, solidaridad, justicia y
paz. Además relación armónica entre la humanidad y la madre tierra.
• Calendario
ancestral y la importancia del sol y la luna, ética cósmica.
Muchos
de estos principios son practicados por mujeres indígenas de Mesoamérica y el
continente Americano. Sin embargo la realidad que como mujeres viven las han
acercado, no sin polémica a los planteamientos de la lucha feminista por los
derechos de las mujeres.
Las
mujeres indígenas organizadas del estado de Guerrero, México han expuesto la necesidad
de: “desde nuestra cosmovisión queremos reclamar los derechos de las mujeres”[5].
Parecerían ser dos cosmovisiones antitéticas el feminismo y la cosmovisión
indígena, pero las indígenas las están uniendo. “Esto es lo que no queremos de
nuestra cultura: que la mujer camine detrás del hombre, que nos casen a la
fuerza, que no ganemos lo mismo, que nos maltraten, que no podamos decidir
cuantos hijos tener”[6].
Es lo que dicen las mujeres en la Ley Revolucionaria de las mujeres zapatistas
en Chiapas, México. Y agregan “queremos conservar nuestra forma de rezar, de
vestir, de hablar, de curar…” En la declaración “Construyendo nuestra historia”
del Encuentro Nacional de mujeres indígenas, celebrado en Oaxaca en 1997 se
expresa lo siguiente[7]:
“Que
las mujeres indígenas formamos parte importante en el desarrollo de nuestro
pueblo y del país.
Que
los derechos de las mujeres, y en particular de las mujeres indígenas no son
reconocidos -por la Constitución-.
Que
el derecho a la paridad y la equidad es parte de las exigencias que presentamos
en la mesa de Derechos y Cultura indígenas, en San Andrés, Chiapas.
Que
queremos cambiar el artículo 27 constitucional para que permita que las mujeres
tengamos derecho a heredar la tierra”
Las
mujeres indígenas están dando un enorme aporte al marco y concepto de los
Derechos Humanos. Desde una situación compleja donde se intersectan: género,
clase, etnia y raza.
Se
trata pues de “poder hacer su vida”, la vida propia, individual y
colectivamente, el Buen vivir.
La complementariedad, una polemica
Muchas feministas han sido críticas al
concepto de complementariedad. Según la antropóloga feminista mexicana Sylvia
Marcos, la dualidad si es parte de la cultura indígena, pero el término de complementariedad
es un concepto que llega a la cosmovisión indígena desde el catolicismo, que
interpretaba que los quehaceres de mujeres y hombres indígenas se complementaban,
en esta complementariedad, el hombre indígena era el superior. El término fue
asumido por la cultura indígena Sin
embargo, la autora cree que entre ese concepto católico y la práctica en la
cultura indígena hay diferencias: “en el mundo indígena la complementariedad no
se jerarquiza. No se trata de opuestos que se excluyen. Ni tampoco de opuestos
que se acomodan jerárquicamente…En el mundo mesoamericano, la complementariedad
no significa la de varón-mujer solamente…Es un complejo significado que interconecta
a todos los seres de una manera muy mesoamericana, de una forma que nosotras
podríamos llamar horizontal”.[8]
A
pesar de las desavenencias y encuentros entre feminismo y cultura indígena, la
esperanza de su diálogo se puede percibir en las palabras de una mujer amuzga, indígena, de Guerrero,
México, que expresaba: “La lucha de las mujeres indígenas no está peleada con
la lucha de las mujeres feministas…va de la mano y va a la par porque hay temas
que nos atraviesan la vida por ser mujeres”
Este es el fragmento de mi ensayo: EL BUEN VIVIR, MOVIMIENTO EMERGENTE
ANTE LA GLOBALIZACION Y SU RELACION CON LOS DERECHOS DE LAS MUJERES. Presentado al diplomado Buen Vivir y epistemologia. UNES-UES.
[1] Amorós,
Celia. “Mujeres e imaginarios de la globalización”. Homo Sapiens. España 2008.
P. 218
[2] Federeci,
Silvia. “Caliban y la bruja”. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria.
Traficante de sueños. España. 2010. P. 305
[3] "El
feminismo se apoya en el reconocimiento de las mujeres como grupo específico y
sistemáticamente oprimido. Además de la afirmación de que las relaciones entre
hombres y mujeres no están inscritas en la naturaleza, sostiene que la
posibilidad política de su transformación existe: la vindicación nace de la
contradicción entre el afirmar principios universales de igualdad por un lado,
y la realidad de la desigualdad de poder, bienes, derechos y oportunidades
entre mujeres y hombres". Luz Martínez y Rosa Escapa, autoras de “Guía
para la participación social y política de las mujeres”.
[4] Vega,
Lilian. Conferencia en el Diplomado Buen Vivir, Espistemología e investigación
científica. 19-6-2014.
[5]
Marcos, Sylvia. Mujeres, indígenas, rebeldes, zapatistas. Ediciones EON, San
Cristobal Las Casas. México 2011. P. 104
[6] Marcos,
Sylvia. Mujeres, indígenas, rebeldes, zapatistas. Ediciones EON, San Cristobal
Las Casas. México 2011. P. 105
[7] Marcos,
Sylvia. Mujeres, indígenas, rebeldes, zapatistas. Ediciones EON, San Cristobal
Las Casas. México 2011. P. 110
[8] Marcos,
Sylvia. Mujeres, indígenas, rebeldes, zapatistas. Ediciones EON, San Cristobal
Las Casas. México 2011. P. 102
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